Imagen: Versión pin up de una Malinche muy poco certera históricamente hablando |
Después de leer a Adam Versényi en El teatro en América Latina se puede decir que la conquista de Hernán Cortés tuvo mucho de teatral, en donde en un acto los españoles se presentaban mitificados, venidos de ultramar, a caballo y gallardos y en el siguiente acto como siervos de los franciscanos que a su vez servían en su pobreza al rey de reyes. En uno de los primeros capítulos de la América latinizada, cristianizada, sacrificada y educada por la superioridad real y divina venia española. En ese contexto y con dichos elementos imaginarios, Celestino Gorostiza publica La Malinche en 1958. Drama en tres actos y puesta en escena en dicho año con el nombre de La leña está verde.
La Malinche no quiere la guerra sino ser el vínculo entre españoles y mexicanos para cumplir los designios de los dioses. La Malinche, también nombrada Marina y Malitzin, es una mujer pacifista al igual que la mujer representada en el drama de Magaña, Los enemigos. Tildada en la obra de traidora por su raza y difamada como amante engatusadora de un débil Cortés mangoneado por sus (in)subordinados capitanes españoles, la Malinche resiste por designio divino las críticas a su rededor y porque se ha enamorado del retorno de Quetzalcoatl en persona. La Malinche como personaje dramático es dibujado con características más allá del bien y del mal, mucho más profundo que el adjetivo en que se convirtió siglo con siglo: el estereotipo del mexicano que prefiere lo extranjero a lo propio, el traidor a la patria y a los que el drama da golpe, hasta los cimientos de esa concepción negativa y, ni modo, da una puñalada en el orgullo patriotero de los espectadores/lectores al narrar el nacimiento de un nuevo ser, producto de una traición: el mestizo.
El papel de la mujer en el drama de Gorostiza no es unidimensional sino que presenta otros aspectos de la visión del género femenino en los dramas/retratos de la época: víctimas, víctimas que prefieren serlo y seguir robadas por los conquistadores, el de esposas por conveniencia, cuya actitud también puede parecer racista y sexista (después de todo, y lo sabemos, Cortés le ha pintado un par de cuernos a su esposa Doña Catalina con “una india”) y que finalmente decide el destino de todos. Hay un misterio sin resolver, además, que raya en lo fársico o tal vez melodramático.
Cortés es pintado como un personaje débil. Como alguien incapaz de mantener una decisión y que sobrevive gracias a Marina lo cual lo hace parecer como un manipulado por una mujer a los ojos de los capitanes a punto del motín en tierra. Cuauhtémoc es el personaje más trágico de la obra y su fin así ha de ser: desenmascarando las ansias de oro de los españoles, reclamando a la Malinche su traición y hablando en nombre de los mexicanos que no son caníbales como habrían de creer los extraños:
“Que los mexicanos no comemos la carne de nuestros semejantes como tú y tus capitanes se empeñan en creer. Si fuera así, no habría habido muertos de hambre.”
Con un poco de imaginación se puede pensar en Cuauhtémoc como la representación del mexicano actual, su visión trágica del mundo y quien al final se entrega a la más ruin de las humillaciones como ejemplo para que sus coterráneos sepan que los españoles más que traer su Dios y su cruz quieren llevarse todo el oro posible allende los mares a cambio de cuentas de cristal.
En conjunto La Malinche presenta una tensión constante entre culturas hegemónicas y marginales, entre conquistadores y vencidos, originaria de una nueva cultura en la conformación de la Latinoamérica, como apunta Juan Villegas en Historia multicultural del teatro y las teatralidades en América Latina: “los puntos de referencia son aquellos acontecimientos históricos que han alterado profundamente los sectores productores de los objetos culturales y, en consecuencia, la construcción de los imaginarios representados en los textos y los sistemas de preferencias de códigos estéticos y teatrales legitimados.”
A manera de epílogo (spoiler incluido) es Malitzin quien revela el subtítulo con que se presentó el texto espectacular en 1958 mientras arrulla tiernamente a su bebé (¿el primer mestizo?) y que da para pensar al espectador/lector del drama:
“Mamita, cuando yo muera,
haz mi tumba en el brasero
y cuando eches las tortillas,
llora por mí en silencio.
Y si alguien te pregunta
por la causa de tu duelo,
dirás que la leña verde
hace un humo muy espeso.”
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