En La noche de Hernán Cortés, Vicente Leñero presenta a un conquistador delirante, henchido de amargura y posesionado por espíritus chocarreros. Cortés ha perdido todo y en su último intento ha de buscar la redención histórica. Por ejemplo dice:
“Dibújame con tus mejores palabras arriba de la pirámide. Cómo empuje al ídolo con toda mi fuerza mientras el Cacique Gordo chillaba y tu te orinabas en los calzones.”
Pero Leñero, no le da ni el beneficio de la duda. Presenta a un personaje completamente antipático. Su lenguaje es soez y amargo en su totalidad. Vaya, es un hombre dominado por la venganza, la derrota, el poder. Lo atormenta la traición de los suyos, la raza de víboras que es la raza de Motecuzoma, la muerte de su esposa y la traición de Malitzin, a quien se juzga de pasada (vuelta a O. Paz, of course):
“SECRETARIO: (Pedagógico.) Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias fascinadas, violadas o seducidas por los españoles.”
Y más adelante:
“CORTÉS: ¿Cómo aprendiste nuestra lengua?... ¿Así? ¿Follando con los soldados? (Sonríe.) No lo haces mal, ¿eh? Nada mal.”
Lejos de otras concepciones dramáticas del personaje histórico que nos presentan a un Cortés gracioso (aunque no menos cruel) o uno tocado por la gracia real y divina o uno dubitativo y manejado por Malitzin, en este drama el autor lo imbuye en la tragedia. Al respecto dice Hayden White en El texto histórico como artefacto literario, que un autor “nos dice en qué dirección pensar acerca de los pensamientos y carga nuestro pensamiento sobre los acontecimientos de diferentes valencias emocionales.” Es decir, carga los dados hacia la tragedia si es que quiere que asociemos un conjunto de símbolos hacia esa concepción de la narrativa histórica.
Para terminar, Leñero asocia a Hernán Cortés con lo grotesco y lo escatológico, es constante la presencia de fluidos y otras secreciones corporales sea verbal o verdaderamente para representarse en el texto espectacular, siempre acercándolo a la enfermedad y al tufo de la muerte. Lo cierto es que si Leñero quería que los espectadores de su drama odiáramos un poquito más a los conquistadores horripilantes con todo y su Dios misógino y odioso, lo logra bastante bien: instrucciones para convertir la noche triste en absolutamente miserable.
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