El texto dramático de José
Fuentes Mares Su alteza serenísima ha
sido puesto en escena bajo la dirección de Perla de la Rosa.
Su Alteza Serenísima es la historia de la locura de uno de los
personajes más mexicanamente extraños de la historia. Símbolo de la derrota por
la peor de las vías: la traición. Un personaje que se instala en el dramatis
personae del imaginario drama nacional. Ocupa acaso un lugar junto a La
Malinche por su estereotipia de obtener beneficio al traicionar a los suyos por
más que los suyos ni lo fueran tanto por cuestiones de ínfula clasista o vil desprecio,
de uno contra todos o de todos contra uno, que para el caso es lo mismo.
Antonio López de Santa Anna es el
vendepatrias por antonomasia. Un fantasma que posee sexenio a sexenio a los
presidentes de la República y que por la vía legal disponen de los recursos
económicos de la nación como si fueran cosa suya: darle al comprador extranjero
o nacional todas las facilidades para comprar lo que se le antoje; es decir
juegan al Monopoly con los dueños del dinero: en México además de la mitad del
territorio se han vendido sus bancos, sus trenes y sus vías, sus minas, su petróleo
de a poco y que ya se quiere vender de a todo. Acabo de escuchar que en México
la actriz Jesusa Rodríguez presentó un libro encarnando a un híbrido de Santa
Anna y el actual presidente de la república, Enrique Peña Nieto. La vigencia
del personaje es constante y sonante, tan solo opacado en la historia reciente por
la sombra de la principal encarnación del mal en la pastorela del
neoliberalismo, el mismísimo Don Carlos Salinas de Gortari…
Pero vaya, son figuras de miedo y
escarnio que allí se quedan. Quemados en formas de piñatas como Judas
Iscariote, consumiéndose ante los ojos del pueblo, que emocionado y febril se
abandona al insulto sabroso. Y luego nada. Todo vuelve a su cauce. Volvemos
a las telenovelas bobas de Televisa, a la derrota de nuestra selección mexicana
de futbol, al alcohol, a vivir la vida al día porque Dios así lo quiso:
narcotráfico, bajos salarios, pésima calidad de vida, emigración. Hablo de la
vida en la ciudad que es la que conozco. Vemos que la problemática de la ciudad
no se resuelve con la elección de nuevos alcaldes, gobernadores, presidentes de
la república, diputados o senadores. Cuando el cuento de la democracia tiene un
final más o menos feliz la gente se desencanta pronto cuando descubre que la
timaron, que hay grupos de interés que interesan más a los poderes que el
pueblo que los puso en la curul que ocupan. Eso, claro, cuando el robo de una
elección no es en despoblado y las elecciones se ganan a la mala: se compran
votos a los ignorantes y a los miserables, se intercambian por comida para
aguantar el hambre o por algún material de construcción para arreglar la casita
o para venderlo si es que se ocupara más el dinero en efectivo.
Toda esta retahíla de
frustraciones enumerada responde a un solo fin: nosotros mexicanos somos
incapaces del shock. No hay cosa alguna que nos motive a cambiar de paradigma.
No somos capaces de enfrentar a quienes corrompen y se dejan corromper. Vaya,
seguimos permitiendo a los partidos políticos que mantengan a uno de los
sistemas más desiguales del mundo y a seguir encumbrados como si abajo el
grueso de la población tuviera un trabajo digno, un buen salario, una calidad
de vida insuperable, una seguridad pública libre de asesinatos, bombazos,
colgados, secuestros y narco y además, las escuelas tuvieran un lugar de
excelencia con comida y transporte para la niñez y juventud; un seguro social
gratuito y efectivo para todos como el de Inglaterra, unos parques públicos
verdes y limpios en donde nuestros niños no fueran de repente balaceados por
criminales que nunca serán atrapados y no purgarán ninguna culpa… pero no. No
tenemos nada de eso: los que pueden aislarse de la realidad mexicana se aíslan.
Recuerdo a una actriz famosa de Televisa contar en una entrevista que ella no
quería quedarse en México porque prefería estar en otro país, en un lugar en
donde salir con seguridad con sus hijas a andar en bicicleta. Y pues México no
es un lugar así. Y sin embargo, ahora, esa famosa actriz de Televisa es
la primera dama de México.
Entonces, ¿en que abona una obra
de teatro como Su alteza serenísima
escrita en 1969 por Fuentes Mares y ahora adaptada y montada por la compañía de
teatro Telón de Arena de Ciudad
Juárez?
En mucho porque ha vuelto el PRI
a la presidencia de la república. El pueblo se dejó seducir por el partido
hegemónico creador de la dictadura perfecta (haciendo nahual de Paz y Vargas Llosa)
y recordando que Serna llamó a Santa Anna, el seductor de la patria. Y por
seducción entendamos que a un hambriento nada lo seduce como un pan, unas
monedas para comprarlo. Seducción porque la alternancia en el gobierno del PAN
del 2000 al 2012 no trajo sino uno de los peores episodios sangrientos de la
historia mexicana: de la represión de San Salvador Atenco (en alianza Fox-Peña
Nieto) al fraude electoral del 2006 atravesando el abismo de una narcoguerra,
la masacre irrefrenable de jóvenes y niños, la intervención armamentista de los
Estados Unidos, la corrupción de la Policía Federal hasta episodios tan
sórdidos como el incendio de la guardería ABC, hasta donde me alcanza la
memoria…
Entonces, abona en mucho la
crítica indirecta del autoritarismo encarnado por un Santa Anna (y el actor
Humberto Leal Valenzuela en esta puesta) fársico, esperpéntico y alucinado que
se niega a dejar el poder aun cuando solo la locura lo mantiene allí. No tiene
un país que gobernar y sin embargo gobierna. Gobierna con sus recuerdos de
falso heroísmo y mesianismo, enumera las frases de los dictadores del mundo, se
comporta como uno… cuando en realidad no es sino un viejo decadente, asmático y
ulceroso. Que vive de recuerdos y de escribir la autobiografía dictada a un
manco palero y lambiscón (todo político tiene uno o una corte de ellos) llamado
Gimenez (interpretado con entusiasmo por el actor Raúl Díaz). Permite pues al espectador acercarse a un determinado momento de la historia que parece insuperable, entrando a la escritura de la historia con ojos y oídos, "contrariamente a la imagen que se suele dar oficialmente de la cultura, ella se define como un espacio/tiempo (cronotropos) que sufre modelizaciones y rectificaciones periódicas igual que la historia que la orienta, y se fundamenta sobre una herencia menos auténtica"; así, Daniel Meyrán explica en Una lectura del tiempo sobre el tiempo... lo que bien se podría anhelar: un tiempo en el que este drama parezca absurdo por que su cronotropo sea lo más alejado en una realidad totalmente distinta.
El discurso de la obra es
totalmente crítico al loco de poder, al dictador en potencia, al antiquijote,
al pronapoleónico… Dice Buero Vallejo de Madre
Coraje de Brecht que sus personajes “inventados, sus protagonistas dibujan
la verdad esencial de la época y las vicisitudes en que se les supone.” Una
época mexicana que acaso sabemos en donde comenzó pero que no sabemos si algún día
terminará y de la que Fuentes Mares relata, personifica y le habla a Juan para
que lo entienda Pedro. Las mujeres en la obra aportan la sensatez y la cordura:
la sirvienta Petra (interpretada por Claudia Rivera) que critica al sistema, burlándose
de los ministros transas y manos largas, y la esposa de Antonio, Lola
(encarnada por Guadalupe Balderrama) que intenta desmitificar las alucinaciones
de su marido.
En su Semiótica teatral Anne Ubersfeld se refiere a la relación entre el proceso teatral y el espectador, su relación "psicosociológica" en el que reconoce dos elementos: la reflexión y "el contagio pasional, el trance, es decir, el contagio que imprime el cuerpo del comediante sobre el cuerpo y el psiquismo del espectador". Continuemos pues en que la puesta
en escena de Su Alteza Serenísima abona en mucho al público espectador, al
receptor, porque no dice sino verdades. Y esas verdades rompen la cuarta pared
y le hablan al público. Y el público responde. Pero al salir del teatro el
público vuelve a la realidad: el dictador fanstasma sigue vivo y respirando,
está en todas partes, violando sordamente las instituciones, fornicando con el
crimen organizado… pero sabemos que todos trabajamos para él y que todo
esfuerzo por cambiar las cosas será infructuoso. La mayoría de las personas no
tienen los medios para asistir al teatro y por eso ve telenovelas y noticias
amarillistas. Puede criticarle al diputado en turno que haya votado una ley en
la que le subirán los impuestos pero como dijo Salinas de Gortari: "ni los veo,
ni los oigo."
Es curioso como la sociedad
mexicana tiende a desaparecer cada tres y seis años y vuelve a parecer puntual
para las elecciones. Un pueblo que tiene necesidades, que carece de lo esencial
es un pueblo que se levantará, será acarreado a votar con su familia por el
sonriente candidato, recibirá su pago por ello, se le festejará su apoyo
incondicional y luego volverá a su miseria. Por todo eso es importante que la
crítica siga viva y latente, que estos dramas históricos e histéricos se sigan
montando y llevando a más y más públicos porque esos públicos solo consumen los
productos que los medios masivos producen: telenovelas idiotas llenas de estereotipos,
figuras patriarcales, ramplona moralina judeocristiana, noticiarios
sanguinolentos que no hablan de los criminales de cuello blanco sino solo de
los que baja monta y que manosean sensualmente a los gobernantes en turno. Pero
sobre todo de los anuncios comerciales que engañan a sus consumidores con
promesas de remedios sin receta para enfermedades, roles machistas de las
mujeres y enajenación de la infancia. Parece entonces que el drama que nos ocupa contiene una "actitud crítica del pasado sin ninguna otra finalidad que la de criticar con el convencimiento de la imposibilidad de lograr cambios", aplicando la teoría de Kurt Spang en Apuntes para la definición y el comentario del drama histórico.
Dicho lo anterior, yo creo que dramas
históricos como Su Alteza Serenísima son
necesarios en una sociedad como la nuestra mexicana porque le genera conciencia,
pensamiento crítico (que puede o no ser la chispa para una cambio social pero
la lucha se le hace) tomando del tiempo pasado y el presente colisionándolo en lo
más iconográfico y simbólico para constituir un texto dramático y una
espectacularidad que se inserten en el desarrollo de la vida cultural de una
sociedad y en la concepción histórica del espectador que, por serlo, tiene una
visión crítica de la historia. Buero de nuevo: "El teatro histórico ilumina
nuestro presente cuando no se reduce a ser un truco ante las censuras y nos
hace entender y sentir mejor la relación entre lo que sucedió y lo que nos
sucede".
Perla de la Rosa y Telón de Arena logran hacer reír de la
desgracia, los infortunios y la calidad de nosotros los agachados ante un viejo
enfermo de poder, tan proteico que pervive en nuestras instituciones, viviendo
en la total decadencia. La puesta en escena trasmite la comicidad de la pieza
de Fuentes Mares, sin ser propagandística. Y la risa es trascendente en la
historia porque es siempre subversiva y por ello muchas veces acallada, censurable
y arriesgada.
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