lunes, 21 de octubre de 2013

Los miserables de Víctor Hugo

Antes de empezar, no quiero hablar del francés Víctor Hugo y de la historia del ladrón de pan y la revolución sino de Víctor Hugo Rascón Banda que nos presenta en su texto dramático La Malinche la historia de la tragedia mexicana. Parte, claro, desde la conquista y se deja ir contra tragedias pos más modernas (¿o más posmodernas?): los diputados, los partidos políticos y los crímenes de Estado tipo la masacre de Acteal. Le da voz de redención a Malitzin, la chingada, que es madre de todos nosotros igual que la virgencita de Guadalupe: los mexicanos tenemos muchas madres pero yo creo que pocos padres. Somos algo así, nos sentimos así a cada rato, como bastardos, como abandonados a nuestra suerte: que si pierde la selección, que si más impuestos, que si se devalúa el peso, que si pinches gringos tienen la culpa de todo: porque además es verdad el malinchismo ya no es rosa de Castilla sino más bien estrella en la bandera norteamericana.



Para decirlo a la manera de Herbert Lindenberger en Historical drama Víctor Hugo colisiona el ayer con el hoy. No importa si no lo hace de manera estrictamente apegada al tiempo histórico o si hace hablar a los personajes reales (que en paz descansen) a la usanza actual o si los hace dialogar con otros personajes anacrónicos. Rascón Banda sube a San Lázaro a La Malinche para que no sean hijos de nadie y coloquen su nombre con letras de oro junto a los nombres que nos dieron patria. Que limpien su nombre porque:


“MALINCHE           Yo no morí el día que me mataron sigo viva. Humillada, insultada. Viva mientras sigan odiándome. Soy el río de todas las culpas.”


Hay que dar al menos a la mujer más odiada de México (mucho antes que Elba Esther o La Mataviejitas) la voz que se le ha negado tanto. Y son estos dramas los que dejan a los personajes más calumniados su llamada telefónica hacia el presente. Lejos de maniqueísmos y un poco más humanos. Rascón Banda se comunica así con su audiencia, se aleja así del miedo del autor de los últimos días al que se refiere Linderberger: los personajes de su texto dramático hablan como la gente, tratan temas escabrosos del presente, le hablan al público receptor de lo que le pasa, de lo que le ocultan, de esa mancha voraz mediática, esa que si es malinchista en la peor de sus concepciones: ¿cuantos morenos, homosexuales, indígenas anuncian los productos que toda mujer abnegada debe usar? No son europeos, ni anglosajones: tienen denominación: "latino internacional, tipo Polanco".

Dice Buero Vallejo en Acerca del drama histórico: “El autor de dramas históricos tiene hoy, pues, a su disposición un denso repertorio lingüístico. Puede escribir tragedias totales, puede hacer obras trágico-esperpénticas, puede usar de la farsa, puede matizar todo ello con significativos aspectos superrealistas o expresionistas. Preconizar la hegemonía de cualquiera de esas tendencias, o de un grupo afín de ellas, en toda ocasión, sólo servirá para empobrecernos.” 


Podríamos pues decir que VHRB se va por la línea fársica o esperpéntica porque su material histórico es absolutamente injusto, sangriento, devastador y demasiado cercano, demasiado trágico: la realidad aplastante en dónde parece siempre ganar la muerte. Para decirlo a la manera de Buero Vallejo: Víctor Hugo Rascón Banda es un desmitificador total, su mayor fuerza y grandeza radica en poner las cosas en su lugar: el lugar que el autor quiere con un método y una filosofía propios y alejados, gracias a Quetazlcoatl, de la historia oficial, esa que es un verdadero esperpento de la verdadera y real realidad que nos toca vivir.

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