viernes, 23 de agosto de 2013

Los Enemigos: una obra de Sergio Magaña

Resulta curioso hablar de pérdidas y ganancias de un texto dramático que se ha convertido en texto espectacular cuando el texto dramático llevado a escena es una adaptación de un texto clásico novohispano. Es más, no era siquiera un texto sino un ritual maya-quiché que como casi todo lo que tiene que ver con la fijación textual fue realizada por un europeo, en este caso el abate Brasseur de Bourgbourg, párroco de San Pablo de Rabinal en 1862. Hablo aquí de Los enemigos escrita por el autor mexicano Sergio Magaña basado en el Rabinal Achí. 

Los enemigos de Sergio Magaña logra dar nuevos aires a un texto sagrado, creo que hasta lo vuelve interesante en el aspecto de presentar una historia de orgullo y prejuicios, casi un triángulo amoroso y una historia que enjuicia los aparatos de poder, el imperialismo, la esclavitud, el sometimiento y el engaño de quienes reparten tierras áridas, páramos pues con todo y pedros (porque Pedro es piedra y sobre esa piedra Jesús de Nazareth edificaría su iglesia; tema interesante el de la piedras como método y elemento de castigo y sacrificio; divagaciones) a quienes no están tan convencidos del yugo y cuyo único premio es el hambre.

En el libro que presenta la obra, Emilio Carballido escribe una crítica a la puesta en escena por parte de la Compañía Nacional de Teatro y a la que tenemos acceso parcial en una versión videograbada por el canal YouTube. Carballido critica negativamente el texto espectacular, la pérdida que se hace de partes textuales pero también del exceso de diálogo en partes donde más valía una representación corporal, dancística o simbólica. Además critica el hecho de que se haya agregado por completo una especie de metateatro en dónde el francés y su criado entablan diálogos sobre la importancia del Rabinal Achí y en los que se llama a la risa. Sin duda respecto al texto dramático el texto espectacular presenta ganancias y pérdidas. Pero, en lo personal, no me parece una herejía. Me gusta que se incluya un juego en donde hasta el autor Sergio Magaña viene a mención. Me gusta que ese guiñó herético de montar el Rabinal Achí en el templo cristiano, la mirada del sacerdote francés ante la desnudez femenina allí mismo y ese juego en donde el criado traduce algo que todos podemos entender. Como metateatro me gustó. Aligera el tufo de sacralidad que a veces pesa demasiado: vaya, estamos ante un espectáculo de teatro, no en misa. Hay que aclarar que el texto dramático no requiere de ningún pastiche para ser buena: lo es y mucho y no necesita justificarse, ni siquiera explicarse. Más allá de un añadido del texto espectacular al texto dramático para actualizar o concretizar sus imprecisiones, como señala Fernando del Toro, esta parte complementaria pretende dar un dato cultural acerca de una posible transcripción del texto de la que Magaña no hace nunca mención y que como dije no resulta necesario para la obra, pero si una licencia del director en el texto espectacular.

Como dato cultural, en el libro citado e impreso por Editores Mexicanos Unidos S.A. de 1990, Emilio Carballido narra su juventud junto a su gran compañero Sergio Magaña, el bullicio de unos jóvenes en la década de los 50 y 60, sus trabajos, aspiraciones, fracasos y aventuras como escritores y, peor, como dramaturgos en plena efervescencia de las letras mexicanas: allí estaban todos: Salvador Novo, Juan Rulfo, Rosario Castellanos, Efraín Huerta. También hay denuncia y confidencias. Un gran texto, un prefacio que a mi ver es como metatexto que viene a ser lo que la Compañía Nacional de Teatro intentó lograr, o malograr como sugiere el genial Carballido.

sábado, 17 de agosto de 2013

Quetzalcoatl: poesía y panfleto de Luisa Josefina Hernández

Viñeta de Quetzalcoatl, novela gráfica de Mitton

El texto dramático Quetzalcoatl reúne el rigor de cualquier investigador académico. Sus didascalias remiten a textos exactos y a sus elementos gráficos para ser puestos a cuadro. También lo hace poéticamente: sus comentarios acerca del lenguaje corporal, la música, el vestuario y los personajes fabulosos son puestos para ser interpretados por sus lectores/directores/productores con un espíritu más poético que práctico; poniendo en serios en aprietos a cualquier aventurero que inicie el cometido de representarla es un escenario. Pero como dice Anne Ubbersfeld en su Semiótica Teatral acerca del arte de la didascalia en dramaturgia actual: “la parte didascálica del texto es de una importancia, de una belleza y de una significación extremas; se dan obras en el teatro contemporáneo (Acto sin palabras, de Beckett; ¿Se ha vuelto Dios loco?, de Arrabal...) en las que el texto consiste en una extensa didascalia.”

La pieza teatral es un espectáculo visual. Un popurrí de la formación de los aztecas y su mitología. Dioses, naguales y naturaleza confluyen aquí en una educación sentimental mexicana que falta en la formación de la mayoría de los estudiantes en las escuelas básicas. Las raíces de los mexicanos son mitad hispanas y mitad indígenas. Es una pérdida en la formación identitaria de los jóvenes el que no tenga el peso suficiente en su educación escolar. Habría que ponerse a investigar cual es la idea de los niños acerca de los indígenas de los que solo saben de ellos porque venden sus productos en las exposiciones o que mendigan monedas en la principales avenidas de las ciudades.

Hernández pues se pone romántica con la visión de la vida de los aztecas, los sacrificios humanos y la conquista pero termina como cualquier película panfletaria que busca meter en una misma canasta de cuentos mexicanos toda la historia oficial de un pueblo. Como si en 1968, fecha de publicación de la obra, México ya hubiera alcanzado su esplendor, siendo como escribió Octavio Paz el fin de una etapa de la historia. Un final sangriento y represivo.

Parece que Hernández lo que busca es presentar una visión del espíritu del panteón azteca. En ese aspecto encuentra lo que las religiones principales buscan fijar y transmitir: la creación de los hombres, los conflictos de sus dioses, su encarnación y sus promesas. Las religiones buscan simbolizar para la ceremonia los puntos más sacros de la vida y obra de sus dioses y naguales de una manera práctica, aunque muchas permitan licencias teatrales para efectos espectaculares. En Quetzalcoatl la practicidad se deja de lado en pro de la espectacularidad que yo creo no puede sino presentarse con un espectáculo dancístico, con mojigangas, luces y sonido, a lo Broadway, a lo Cirque Du Soleil. Hay que ver como Disney ha logrado convertir sus películas animadas como El Rey León (basado sin aceptarlo en Hamlet de Shakespeare) en espectáculos teatrales que abandonan el plano del cuento infantil para convertirse en verdaderas piezas de arte de música y danza.


sábado, 10 de agosto de 2013

La guerra de las gordas

La comedia de Salvador Novo In pipiltzinzin, cuyo subtítulo es La guerra de las gordas, sorprende al lector por la actualidad de su lenguaje, mas cuando la historia se desenvuelve en el México prehispánico; reflejando en el mundo político y de guerras intestinas entre los reinos de Tlatelolco y Tenochtitlán mucho de la historia del México posrevolucionario, sesentero, priísta en su máxima expresión y habitante de un mundo en donde ya se cocinaban una serie de descontentos de la juventud estudiantil del mundo que en México sería aplastada por la represión fascista.

Por ser de origen estudiantil, la serie de descontentos podía considerarse culta y entre sus inspiraciones estaba el revalorar el pasado originario a manera de reacción ante un imperialismo yanqui que se vería azuzado por una isla pequeña llamada Cuba y que inspiraría a que los pueblos del mundo buscaran su propia identidad e independencia sin contar que los amos y señores de los gobiernos pensaran muy diferente a ellos.

En el nacimento de aquel volátil e inspirador ambiente, Novo escribe y después dirige In pipiltzinzin en donde en dos actos y partiendo del humor inspira al lector/espectador a que se reconozca parte de una historia antigua a modo de lección primero pero de inmediato a modo de sátira y burla en donde se da la licencia suficiente para hacer hablar a sus personajes tenochcas y tlatelolcas prehispánicos desde latín hasta inglés, jugando así con la mundialización en la que México ya se encontraba inserto: al mismo tiempo en que los mexicanos voltean a ver su pasado para reconocer la mitad de su origen, no pueden abstrarse de un tejido mundial que los obliga a ser parte de un mundo sobreviviente a dos guerras mundiales y en el cual ya se iniciaba una guerra fria entre capitalistas y socialistas.

De la misma manera en que uno no puede entender el conflicto bélico entre los habitantes de un mismo planeta o incluso de un mismo continente, tampoco se pueden entender los conflictos entre los habitantes de una misma región, de un mismo pueblo. Las guerras entre las culturas de Mesoamerica que finalmente amedrentaron sus fuerzas para enfrentar a los conquistadores europeos nos dan una idea de lo absurdo que resulta la desunión, que se explica por muchos factores (castas, mitologías, economía) pero que no deja de resultar absurdo. Al final, los guerreros, los soldados rasos son quienes terminan entregando la vida y los emperadores entregando la versión oficial con todo y loas, condecoraciones y altos honores al pueblo que les entrega a sus hijos, a veces a la fuerza como bien sucede en La guerra de las gordas.

Sexo, mentiras y gobierno

La censura en México siempre ha existido. Es un fantasma que espanta a la libertad de opinión, de prensa y por supuesto al quehacer artístico. Resulta pues paradójico que la obra La guerra de la gordas haya sido representada y con éxito en el teatro Fábregas de Ciudad de México en los sesenta. 

Y es que Novo fue muy inteligente al ubicar en un pasado remoto la evidencia de corrupción, decadencia y mitomanías de un gobierno enfermo de excesos y venganzas políticas. Señalando la fragilidad ideológica con que se sostienen los hombres en el poder. El supuesto origen glorioso que le da la autoridad moral para mantenerse en el poder por los siglos de los siglos, siendo ese origen un destino marcado por Dios o la herencia de una lucha revolucionaria que sustenta la permanencia de un partido cuasi único, por los que ya se ve en este nuevo siglo una nueva permanencia de los revolucionarios institucionalizados (por lo menos de un siglo a otro).

Pero no hay que ver el humor con que lo hace. La risa es un elemento subversivo, la peor de las ofensas para el estado cimentado en la solemnidad. La represión es siempre solemne. La risa permite a Novo viajar desde un personaje que evoca a Tiresias advirtiendo a Edipo rey la desgracia que se avecina, utilizando a la mujer como una especie de oráculo, vehículo bélico, objeto sexual y parturienta de los herederos al trono: uno, dos, tres, diez royal babies que garanticen el poder que da la sangre. 

En una especie de masacre de inocentes inversa, Herodes se roba los hijos para asegurarse que el nuevo Mesías estará de su lado. El pueblo celebrará la unión de Dios con su realeza y seguramente celebrarán hasta emborracharse.

La visión de la mujer en la obra es muy importante. Es caballo de Troya y también es Helena. Es prostituta pero también no puede ser madre porque no puede ser objeto sexual. Chalchiuhnenetzin es lo contrario del estandar de belleza: es flaca. Contrario a los estándares actuales, una mujer flaca es menos apreciada que una mujer entrada en kilos. Una mujer gorda tiene poder, tiene la posibilidad de tenerlo, de serlo todo: madre, esposa, amante y militar. No es sino un sujeto con acciones propias, con opiniones, maquiavélica y triunfante. Aunque como sucede en la actualidad el poder siempre será detentado por un hombre cuya virilidad depende en gran parte de la sementalidad que le permita ser como un gran macho alfa en la jungla política.

Mala leche

Todo en La guerra de la gordas es hilarante. Las premoniciones que hablan por las partes pudendas de la mujer y la estrategia militar que incluye una promoción de las virtudes de la lactancia materna. Y pensando en que toda esta representación pudiera tener un referente real llegué a la sospecha de que Novo hacia referencia al presidente Ávila Camacho, quien nunca tuvo hijos con su esposa Soledad Orozco. De el se dice que tuvo numerosas amantes y una de las acciones de ella como primera dama, fue cubrir "las turgencias" de la Diana Cazadora en apoyo a la Liga de la Decencia.

Cierto es que estas afirmaciones rayan en lo difamatorio y son totalmente arbitrarias, de origen Wikipedia, aunque resulta curiosa la coincidencia entre el emperador Ávila Camacho de México y el presidente Moquíhuix de la obra de Novo.

Claro que no es necesario ser un sesudo investigador para saber que con el poder vienen los excesos. Que la decadencia se renueva cada sexenio. Que la desunión entre los mexicanos viene cada elección, motivada por quienes no se ensucian las manos. Que los políticos siempre han de comportarse como nuevos ricos y que los soldados de a pie, siempre verán pasar de curul en curul, de silla en silla a quienes les toca todo, por herencia y justicia de la revolución. Que al pueblo lo que le gusta es que sus representantes sean hechos para la televisión (medio por cierto, en el que la risa como la que motiva Novo en su obra está secuestrada por bufones descerebrados y comedia de pastelazos).

Cierto es que en México ya no hay monarquía pero lo que hay se le parece bastante. Así Salvador Novo, logra de manera magistral hacer pensar al espectador al que se le motiva con la risa para que tome las armas de una reflexión que no acaba al caer el

Telón.

                                                                                                                                                                      
   

miércoles, 7 de agosto de 2013

El desafío de Juan Rana

Para tratar la presente versión del sainete El desafío de Juan Rana es necesario un ejercicio de desdoblamiento. La pieza teatral fue escrita originalmente por Pedro Calderón de la Barca durante el Siglo de Oro, siglo XVII en España, pero reescrita por Emilio Carballido en el México del siglo XX; y también porque el protagonista de la pieza, Juan Rana, era en realidad el nombre artístico de un actor comediante cuyo nombre de pila era Cosme Pérez, y a quien varios autores de la época le dedicaban pequeñas piezas cómicas para ser representadas en los corrales de comedia entre un acto y otro de la puesta en escena principal. Aquellos autores utilizaban las gracias físicas y actorales del intérprete: era gordo, feo (lo de rana no es fortuito) y le resultaba sencillo hacer reír con sus interpretaciones (“constantes alusiones a la homosexualidad”, según un artículo de la Wikipedia) y es interesante pensar en que Calderón de la Barca tenía en mente a una persona real en la cual vertir una historia hilarante; es posible imaginar a Calderón de la Barca conversando con Cosme Pérez y solicitándole tal vez los derechos de autor de su personaje para incluirlo en su obra. 

De una manera similar es posible imaginar a Emilio Carballido imaginando a Calderón de la Barca imaginando a Cosme Pérez interpretando a Juan Rana y trasladando todo ese cuadro dentro de otro cuadro dentro de otro cuadro para ponerlo a cuadro frente a un público joven y al que seguramente le divertirá contemplar o incluso interpretar en una escuela de educación media superior y de no fáciles espantos por temas como alcoholismo, infidelidad, cuernos (sintomáticos de la infidelidad), venganza y muerte: temas escabrosos todos pero pasados por el filtro de la risa y la sátira y que forman parte del libro Teatro para Adolescentes en el que Carballido actualiza los clásicos de la literatura hispana que por algo clásicos son y es menester comunicar a los lectores en ciernes.